La labor de Darwin nos dio como resultado nuestro justo lugar en este Universo. Ya no estamos arrinconados al margen del resto de seres vivos (al menos aquí, en la Tierra), sino que compartimos una herencia ancestral con todos ellos, somos parte de un noble linaje de cientos de millones de años. Eso ha supuesto que nos dignifiquemos aún más si cabe al hacernos más humildes y más respetuosos con las especies de las que somos primos lejanos con las que convivimos en esta pequeña roca perdida en el brazo de una galaxia. Aún más, los trabajos de Darwin representaron el primer paso para empezar a desterrar definitivamente la idea de que hay diferencias entre nosotros que justifiquen grotescas diferencias de trato: todos somos miembros de una única especie descendiente de un ancestro común.
Para celebrar el nacimiento de Darwin quiero regalaros una cita de El origen de las especies sobre uno de los motores de la evolución, descubierto simultáneamente por Darwin y Wallace, cuya elegancia y sencillez lleva en no pocas ocasiones a equívocos al intentar explicar los hechos complejos a los que hace referencia: la Selección Natural.
¡Feliz Día de Darwin!
Metafóricamente puede decirse que la selección natural está buscando cada día y cada hora por todo el mundo las más ligeras variaciones; rechazando las que son malas; conservando y sumando todas las que son buenas; trabajando silenciosa e insensiblemente, cuando quiera y dondequiera que se ofrece la oportunidad, por el perfeccionamiento de cada ser orgánico en relación con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. Nada vemos de estos cambios lentos y progresivos hasta que la mano del tiempo ha marcado el transcurso de las edades; y entonces, tan imperfecta es nuestra visión de las remotas edades geológicas, que vemos sólo que las formas orgánicas son ahora diferentes de lo que fueron en otro tiempo.
Darwin, Ch. R. 1859. El origen de las especies.